Introducción. ¿Cómo sería la economía y la vida social en una sociedad donde tanto las relaciones poliamorosas como la anarquía relacional fueran la norma, todo ello desde una perspectiva anarco-capitalista? Imaginemos un mundo sin Estado, donde las personas se vinculan afectiva y sexualmente a través de redes libres, múltiples y voluntarias, sin la imposición de la monogamia tradicional. En este ensayo exploraremos, de forma teórica y práctica, cómo estos modelos de relación no monógamos encajarían en un orden social anarco-capitalista basado en el mercado libre y la asociación voluntaria. Para ello, abordaremos los principios del poliamor y la anarquía relacional y su alineación con el anarco-capitalismo, daremos ejemplos contemporáneos de comunidades que integran no-monogamia con estructuras voluntaristas, analizaremos el posible impacto en sectores económicos clave (vivienda, crianza, seguros, salud, trabajo y mercados sexuales) y compararemos esta visión con las relaciones monógamas bajo regímenes estatistas. También criticaremos explícitamente el papel del Estado como ente opresor que impone modelos familiares, regula la propiedad, obstaculiza la libre asociación y subsidia la monogamia, incorporando las ideas de pensadores anarco-capitalistas relevantes y conectando con teorías de redes libres, propiedad privada y contratos voluntarios.
Principios del poliamor, la anarquía relacional y el anarco-capitalismo
Poliamor y anarquía relacional. El poliamor se define como una relación amorosa no monógama y consensual entre varias personas simultáneamente[1]. Es decir, implica la posibilidad de tener múltiples parejas con el pleno conocimiento y consentimiento de todos los involucrados. Sus practicantes enfatizan la honestidad y transparencia en todos los vínculos[2]. A menudo se le describe como una forma de no monogamia consensuada, ética y responsable[3]. En contraste con la poligamia tradicional (que suele tener connotaciones religiosas o jerárquicas), el poliamor tiende a ser igualitario en términos de género y orientación sexual, rechazando la idea de exclusividad posesiva en el amor. Muchos poliamorosos establecen redes de relaciones interconectadas en vez de una sola pareja central, y valoran la comunicación abierta para gestionar dichas redes.
Por su parte, la anarquía relacional (AR) lleva estos principios aún más lejos, aplicando una filosofía explícitamente anti-jerárquica a todos los vínculos afectivos. La anarquía relacional, término acuñado en 2006 por la activista sueca Andie Nordgren, propone “la autogestión de las relaciones” y rechaza las normas sociales predefinidas sobre cómo deben funcionar las amistades, romances o familias[4]. Según los teóricos, la AR se basa en tres pilares fundamentales: impugnar la obligación de la monogamia, rechazar cualquier jerarquía que coloque a una relación (por ejemplo la pareja romántica) por encima de otras relaciones (como amistades), y sustituir el individualismo de la pareja nuclear por una red de vínculos en la que la importancia de cada conexión no depende de si hay sexo o romanticismo involucrado[5]. En la práctica, esto significa que un anarquista relacional no presupone que su pareja amorosa tenga más derechos que un amigo; todas las relaciones se negocian libremente según las necesidades y acuerdos de las personas, sin guiones impuestos. “La gente está harta de las reglas de la sociedad. La monogamia se ha convertido en la norma… Muchos de nosotros queremos hacer las cosas a nuestra manera, no que un gobierno o una religión nos digan qué hacer”, resume un practicante de AR entrevistado en una nota reciente[6]. Esta filosofía promueve el cuidado mutuo, el consentimiento explícito y la ausencia de estructuras coercitivas en el terreno afectivo[7]. Incluso la distinción rígida entre “pareja” y “amigo” se difumina: todos los vínculos pueden tener un potencial íntimo similar, siempre que así lo decidan quienes los forman[8]. En resumen, la anarquía relacional es antijerárquica en lo personal, y muchos de sus partidarios también la consideran anticapitalista en el sentido de oponerse a mercantilizar o regimentar el amor[9]. Sin embargo, como veremos, sus valores de libre asociación y horizontalidad pueden encontrar un espacio natural en un entorno anarco-capitalista cuando entendemos el capitalismo libertario como un sistema de voluntariedad y ausencia de coacción.
Anarco-capitalismo y voluntarismo. El anarco-capitalismo es una filosofía política y económica que aboga por la eliminación del Estado y su reemplazo por un orden basado enteramente en la propiedad privada, los mercados libres y los contratos voluntarios. Concebido originalmente por el economista Murray Rothbard a mediados del siglo XX, el anarco-capitalismo propone una sociedad sin Estado donde la vida económica y social se organiza mediante intercambios de mercado y derechos de propiedad respetados[10]. Sus principios fundamentales incluyen: (1) Ausencia de Estado – la convicción de que la sociedad puede funcionar mediante asociaciones libres y acuerdos privados en lugar de un gobierno central[11]; (2) Propiedad privada inviolable – cada individuo tiene derecho a poseer y controlar propiedad (incluyendo su propio cuerpo) mientras no viole los derechos de otros[12]; (3) Mercados libres – la creencia de que la oferta y demanda, sin interferencia estatal, producen los mejores resultados económicos[13]; y (4) Voluntariedad – todas las interacciones sociales deben ser consentidas y libres de coacción[14]. En la ética anarco-capitalista rige el llamado principio de no agresión, según el cual es ilegítimo iniciar la fuerza contra otros; todas las relaciones legítimas han de basarse en el acuerdo. En esencia, el anarco-capitalismo combina el individualismo libertario (cada persona es soberana de sí misma) con el capitalismo de libre mercado llevado a su máxima expresión, sin ninguna intervención estatal.
Alineación de valores: libre asociación en lo afectivo y en lo económico. A primera vista, podría parecer que una filosofía anticapitalista como la anarquía relacional choca con el capitalismo libertario. Sin embargo, si entendemos “capitalismo” en este contexto no como corporativismo o consumismo, sino como libertad de emprender intercambios voluntarios, existen paralelismos profundos entre ambas esferas. Tanto el poliamor/anarquía relacional como el anarco-capitalismo comparten la idea fundamental de la libre asociación. Así como el anarco-capitalismo sostiene que todas las personas deberían poder asociarse, contratar e interactuar sin la coerción del Estado, los modelos relacionales poliamorosos proponen que las personas puedan vincularse afectivamente sin las coerciones de la norma social o legal monógama. En ambos casos se trata de eliminar un monopolio central (el Estado en la economía, la monogamia obligatoria en las relaciones) y permitir la diversidad de arreglos según la voluntad de los individuos. La anarquía relacional explícitamente rechaza la noción de que “un gobierno o una religión nos digan qué hacer” en el amor[6], lo cual casa perfectamente con la postura anarco-capitalista de que ninguna autoridad política debe dictar cómo vivimos mientras no perjudiquemos a terceros.
En una sociedad anarco-capitalista, las relaciones personales serían completamente un asunto privado: nadie recibiría privilegios legales por casarse ni sería perseguido por sus acuerdos íntimos siempre que hubiera consentimiento. Esto se alinea con la visión libertaria clásica de que “todas las formas de expresión sexual entre adultos libres son permitidas, siempre que ambas partes den consentimiento informado”[15]. De hecho, los libertarios sostienen que deben eliminarse todas las leyes que limiten la libertad sexual entre adultos por ser una intrusión innecesaria del Estado en la vida individual[16]. Esto incluye reconocer sin problemas prácticas como el poliamor (relaciones entre tres o más personas), el BDSM consensuado, la cohabitación fuera del matrimonio, etc., siempre bajo el principio de “haz lo que quieras, mientras no causes daño”[17]. Vemos pues que la ética sexual libertaria defiende lo mismo que predica el poliamor: consentimiento mutuo, honestidad y ausencia de coacción externa.
Históricamente, ya algunos anarquistas individualistas prefiguraron esta convergencia entre la libertad económica y la libertad amorosa. Por ejemplo, el francés Émile Armand (1872-1962), anarquista individualista, fue un pionero del amor libre: promovió abiertamente la posibilidad de tener “amor plural” o múltiples compañeros, a lo que llamaba camaradería amorosa, como parte de vivir sin autoridades impuestas[18]. Armand y otros anarquistas de principios del siglo XX crearon comunidades libres donde practicaban relaciones no monógamas, viendo ello como una extensión natural de su rechazo al Estado y a la moral impuesta por la Iglesia y la ley. Para Armand, igual que para otros libertarios, el Estado y las instituciones dominantes buscan imponer sus dogmas en la moral sexual y familiar, convirtiendo a las personas en “perfectos ciudadanos” o “esclavos de la ley”[19]. Frente a eso, proponía que los individuos se asociaran libremente según afinidades, pudiendo interrumpir o modificar la asociación cuando quisieran, y aplicando este principio tanto a la amistad, el amor, el sexo como a las transacciones económicas[20]. Esta idea —que los acuerdos personales y económicos deben ser igualmente libres y rescindibles— es muy afín a la filosofía anarco-capitalista, en la que cualquier contrato es voluntario y puede disolverse por mutuo acuerdo. En suma, el poliamor y la anarquía relacional pueden verse como la “micro-política” de la libertad (en el nivel de las relaciones humanas cotidianas), mientras que el anarco-capitalismo es la “macroestructura” que permitiría que esas libertades personales existan sin un Leviatán que las restrinja.
A continuación, exploraremos cómo, en la práctica, podrían funcionar comunidades y sectores económicos enteros en un escenario donde rigen tanto la libertad de mercado como la libertad relacional.
Comunidades voluntarias no monógamas: ejemplos prácticos
Lejos de ser una fantasía teórica, la combinación de relaciones no monógamas y estructuras voluntaristas ya ha sido experimentada en diversas comunidades a lo largo de la historia reciente. Estos ejemplos sirven de “laboratorios sociales” que nos permiten vislumbrar cómo podría ser una sociedad poliamorosa en ausencia de Estado.
Free love y utopías del siglo XIX. Uno de los primeros experimentos notables fue la Comunidad de Oneida (Oneida Community) en Nueva York, fundada en 1848. Aunque Oneida era comunal (no capitalista) y de inspiración religiosa, practicaba lo que llamaban “matrimonio complejo”, esencialmente una forma de amor libre donde todos los miembros adultos podían considerarse casados entre sí. John Humphrey Noyes, su fundador, acuñó incluso el término free love (amor libre). Durante más de 30 años, Oneida sostuvo una economía autosuficiente con talleres y fábricas (producían desde cazos hasta muebles y, más tarde, famosos cubiertos de plata), demostrando que un grupo fuera de la norma monógama podía prosperar económicamente. Al disolverse en 1881, la comunidad distribuyó sus activos entre los miembros en forma de acciones de una compañía —un giro interesante donde una comuna sexual se convirtió en una empresa de propiedad privada colectiva—[21][22]. Oneida muestra que incluso en el siglo XIX, la familia nuclear tradicional no era la única base posible para la producción y el bienestar: ellos funcionaron como una gran familia plural. Si bien Oneida no era anarco-capitalista (más bien era un experimento proto-socialista), ilustra que sin las trabas legales convencionales (la comunidad ignoró las leyes de matrimonio convencionales), pudieron crear sus propias reglas voluntarias de convivencia y economía.
El movimiento “free love” y los anarquistas individualistas. A finales del siglo XIX y principios del XX, en entornos libertarios surgieron defensores del amor libre que veían la monogamia impuesta como otra forma de tiranía. En Estados Unidos, anarquistas individualistas como Moses Harman o Victoria Woodhull y en Europa Émile Armand (mencionado antes) publicaron revistas y manifiestos promoviendo la libertad sexual, la abolición del matrimonio obligatorio y el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. Estas ideas escandalosas para la época se practicaron dentro de pequeños círculos bohemios. Por ejemplo, en la Nueva York de los años 1910, la anarquista Emma Goldman defendía abiertamente la libre elección de la pareja y la emancipación de la moral victoriana. Aunque estos activistas no disponían de territorios “liberados” para crear economías propias, sembraron la semilla ideológica de que las relaciones afectivas podían regirse por el principio libertario de la elección individual y no por mandatos estatales o religiosos.
Comunidades poliamorosas del siglo XX – Kerista y la “derecha hippy”. Avanzando al siglo XX, encontramos experimentos deliberados de convivencia poliamorosa en contextos capitalistas. Un caso fascinante es el de la Comuna Kerista, fundada en la década de 1970. Kerista comenzó en San Francisco con influencias contraculturales, pero a diferencia de otras comunas hippies de la época, no era anti-mercado; de hecho, sus miembros se autodenominaban irónicamente “Hip Capitalists” (hippies capitalistas) o “Hip Right” (derecha hippie)[23]. Practicaban un modelo llamado polyfidelity (polifidelidad), en el cual un grupo cerrado de personas compartía lazos íntimos múltiples pero se comprometían a no tener relaciones fuera del grupo[24]. En términos económicos, Kerista creía que tanto el sexo libre como el capitalismo eran claves para una utopía global: aspiraban a replicar comunidades poliamorosas económicamente exitosas para ofrecer un camino atractivo frente al comunismo en el mundo[23]. Y no eran solo palabras: la comuna Kerista llegó a montar negocios prósperos en el sector tecnológico, incluyendo una empresa de venta de ordenadores Apple que llegó a ser el mayor distribuidor de Apple en el norte de California en los 1980s[25]. Los Keristans gestionaban sus finanzas colectivamente y compartían ingresos, pero defendían la propiedad privada y cortaban relación con cualquiera de sus miembros que cuestionara su devoción al capitalismo[23]. Antes de disolverse en 1991, demostraron que una estructura de “familia” poliamorosa grupal puede funcionar como una unidad económica eficaz en el mercado, sin subsidios estatales. Este caso singular muestra una integración explícita de la ética sexual no monógama con valores pro-mercado. Si bien Kerista finalmente colapsó por dinámicas internas, su legado permanece en la noción de comunas voluntarias poliamorosas autosustentables.
La Iglesia de Todos los Mundos y el nacimiento del término “polyamorous”. Otro ejemplo revelador es el círculo fundado por Tim (Oberon) Zell y su esposa Morning Glory Zell. Tim Zell, un joven libertario californiano influido por la novela Stranger in a Strange Land de Robert Heinlein (que describía una iglesia futurista de amor libre), creía que “la libertad sexual y el gobierno limitado iban de la mano”[26]. En 1967 fundó una iglesia neopagana llamada Church of All Worlds, inspirada directamente en la obra de Heinlein[27]. Este grupo, aunque con tintes espirituales, combinaba ideas de anarquismo libertario (incluso publicaban artículos sobre anarco-capitalismo) con una práctica abierta de la no monogamia[28]. En su revista Green Egg, los Zell promovían “despojarse de los lazos restrictivos de la monogamia” junto a argumentos de filosofía libertaria y de libre mercado[28]. De este caldo de cultivo surge algo histórico: en 1990, Morning Glory Zell acuñó el término “poliamoroso” (polyamorous) en las páginas de Green Egg, para describir precisamente estas relaciones afectivas múltiples, honestas y consentidas[29]. Es decir, la misma palabra “poliamor” nació en una comunidad que integraba los ideales de libertad sexual con los de autonomía individual y rechazo al estatismo. La Iglesia de Todos los Mundos sostenía que el amor no debería estar limitado por reglamentos estatales ni morales tradicionales, una postura muy coherente con el libertarianismo. Este grupo perdura hasta hoy como parte de la subcultura pagana, y aunque no logró crear un entorno económico propio de gran escala, sí es un ejemplo temprano de filosofía anarco-capitalista aplicada a las relaciones íntimas: consideraban tanto la religión como el matrimonio asuntos de elección personal sin injerencia gubernamental.
Comunidades cooperativas contemporáneas. En décadas más recientes han surgido otras experiencias de convivencia grupal voluntaria, a veces inspiradas en el anarquismo social o en ecologismo, que aunque no se definan como “anarco-capitalistas”, muestran cómo la no-monogamia y la economía colaborativa pueden entrelazarse. Por ejemplo, en España, un reportaje de 2024 describe una comunidad de seis mujeres que comparten una casa rural en la provincia de Madrid bajo principios cercanos a la anarquía relacional[30][31]. Estas mujeres, muchas provenientes del activismo ecofeminista, “han puesto la vida comunitaria en el centro, colectivizando los cuidados y huyendo de un sistema económico hostil”[32]. Han decidido vivir juntas, apoyarse mutuamente (emocional y materialmente) y no depender de la tradicional pareja nuclear para sustentarse. Si bien no se identifican como anarco-capitalistas (más bien critican al sistema económico actual), su proyecto conecta con la idea de redes libres de asociación: no hay una autoridad imponiéndoles este arreglo, se autoorganizan y reparten las responsabilidades según las capacidades y necesidades de cada una – una aplicación del principio “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” al ámbito afectivo[4]. Lo interesante es que, para materializar esta convivencia pluriparental y amistosa, tuvieron que sortear las normas convencionales de vivienda y familia. Alquilaron (o compraron) la casa cooperativamente y reparten gastos y tareas. Legalmente, no están reconocidas como “familia” por el Estado, pero eso no impide que operen como tal de facto. Este ejemplo muestra que incluso bajo un Estado que no facilita estas uniones, las personas voluntariamente crean pequeñas zonas autónomas donde ensayan formas de vida post-monógamas y de apoyo mutuo voluntario. Podemos imaginar que en una sociedad anarco-capitalista, sin trabas legales, iniciativas así florecerían aún más.
Cultura tech-libertaria y poliamor. Asimismo, cabe destacar que en algunos entornos libertarios modernos (por ejemplo, círculos de emprendedores de Silicon Valley, comunidades de Burning Man, etc.), el poliamor se ha vuelto relativamente común, visto casi como extensión de una mentalidad de innovación social. No es casualidad: en lugares donde se valora la libertad individual y la ruptura de normas tradicionales, muchas personas adoptan relaciones abiertas o poliamorosas, manejándolas mediante acuerdos privados. Aunque no son “comunidades” formalizadas, la existencia de redes poliamorosas urbanas con frecuencia de ideología libertaria sugiere que cuando las restricciones culturales ceden, hay nichos donde la libre asociación afectiva prospera. Por ejemplo, el festival Burning Man —que muchos consideran un experimento temporal de anarquismo de mercado y autoexpresión— es conocido por fomentar una actitud abierta en sexualidad y relaciones, sin regulación más que el consentimiento. Allí se crean cada año micro-sociedades donde rigen tanto el trueque o regalos económicos como la libertad relacional; muchas parejas acuden a explorar la no-monogamia en un ambiente comunitario y sin presencia policial ni estatal, lo que simula en cierta medida la vivencia anarco-capitalista (salvando las diferencias de que Burning Man tiene normas organizativas internas).
En resumen, los ejemplos prácticos nos enseñan que es posible integrar poliamor y economía voluntaria: desde comunas utópicas del siglo XIX, pasando por grupos libertarios de los 60-70, hasta redes comunitarias actuales, encontramos el común denominador de personas organizando sus vidas amorosas y financieras de forma autónoma. En todos los casos, la ausencia (o minimización) de la intervención estatal fue crucial: estos grupos funcionaron al margen o en los intersticios de la ley tradicional. Unos tuvieron éxito económico, otros no tanto, pero sientan precedentes de cómo podría escalarse este modelo si toda la sociedad fuera más permisiva a nivel legal y cultural.
Con este contexto en mente, pasemos a analizar cómo distintos sectores económicos y sociales clave podrían transformarse en una sociedad anarco-capitalista poliamorosa.
Impacto en distintos sectores económicos bajo poliamor y voluntarismo
Bajo un escenario anarco-capitalista con poliamor generalizado y anarquía relacional, la economía cotidiana —desde la vivienda hasta el trabajo, pasando por la crianza, los seguros y el mercado sexual— experimentaría transformaciones notables. A continuación, exploramos sector por sector, asumiendo siempre la premisa de libre asociación sin intervención estatal:
· Vivienda compartida y economía doméstica: Las estructuras poliamorosas tienden a formar hogares grupales más amplios que la pareja nuclear tradicional. Esto conlleva importantes economías de escala. Por ejemplo, si cuatro o cinco adultos comparten casa (lo que en poliamor se denomina a veces una policuela o polifamilia), combinan ingresos y reparten gastos de manera más eficiente. Un grupo poliamoroso de personas con ingresos medios puede permitirse una vivienda más espaciosa o de mejor ubicación al dividir el alquiler o hipoteca entre varios salarios[33]. Del mismo modo, las facturas de servicios, la compra de alimentos al por mayor, el transporte o los costos de suscripciones se diluyen entre muchos, reduciendo la carga individual[33]. Un artículo ilustraba que gastos que serían prohibitivos para una persona sola se vuelven asumibles en grupo: “el alquiler de un apartamento amplio en buena zona se reparte entre múltiples sueldos; las facturas de luz, el súper e incluso esos caprichos como plataformas de streaming se hacen menos cuesta arriba con más hombros cargando”[33]. Además, la especialización dentro del hogar mejora la productividad doméstica: en una casa poliamorosa es más probable que “haya alguien manitas para las reparaciones, alguien experto en trámites de seguros, y quizá alguien que cocine un curry de lentejas espectacular”, lo que ahorra tener que pagar por servicios externos[34]. Esta división espontánea del trabajo (uno cuida el jardín mientras otro hace las compras, etc.) optimiza el tiempo y reduce gastos inesperados[35]. En suma, el hogar poliamoroso funciona casi como una pequeña cooperativa de consumo más eficiente que la familia promedio, aprovechando la fuerza del número.
En un contexto anarco-capitalista, estas ventajas podrían potenciarse aún más porque no habría regulaciones que entorpezcan la vivienda compartida. Hoy en día, muchas ciudades imponen límites al número de personas no emparentadas que pueden cohabitar legalmente en una vivienda (las llamadas residential occupancy laws o normativas de ocupación residencial). Dichas leyes, heredadas de políticas de zonificación, a veces prohíben que, por ejemplo, más de 3 o 4 adultos sin lazo familiar vivan juntos en una casa[36]. Esto obviamente dificulta la formación de hogares poliamorosos grandes (o de cualquier tipo de co-living voluntario) y encarece la vivienda, al forzar a dividirse en unidades más pequeñas. Sin un Estado dictando quién cuenta como “familia” a efectos de vivienda, grupos de amigos o amantes podrían alquilar o comprar propiedades conjuntamente según sus necesidades, formando condominios privados, cooperativas voluntarias o contratos multi-domiciliarios. También desaparecerían trabas como leyes anti-“comunas” o inspecciones arbitrarias. En una sociedad de mercado libre, incluso podríamos ver un sector inmobiliario adaptado: constructoras ofreciendo “hogares multi-polifamiliares” con 5-10 habitaciones y áreas comunes amplias, financiados mediante contratos entre varias partes. Al no requerirse la noción legal de “esposo/esposa” para compartir propiedad, cualquier grupo voluntario de individuos podría ser copropietario de una vivienda mediante escrituras privadas o acciones en una entidad, algo que actualmente es engorroso o costoso (muchas familias poliamorosas hoy recurren a crear empresas LLC para comprar casa en conjunto y así tener cotitularidad legal)[37]. En definitiva, la vivienda bajo poliamor anarco-capitalista se caracterizaría por mayor flexibilidad y creatividad habitacional: desde casas grandes compartidas hasta redes de apartamentos intercambiados entre miembros de una red afectiva, todo facilitado por la ausencia de trabas estatales a la cohabitación voluntaria.
· Crianza colectiva y familias multiparentales: Uno de los cambios más profundos se daría en la estructura familiar y la crianza de los hijos. En un marco poliamoroso, muchos niños crecen con múltiples adultos cercanos que actúan como figuras parentales (madres, padres, padrastros, parejas de sus padres, amigos muy unidos, etc.). Este modelo de “crianza colectiva” o “tribu” ofrece beneficios económicos y sociales: se reparte el trabajo doméstico y de cuidados, disminuye el coste de crianza por individuo y los niños pueden tener más apoyo emocional y recursos a su disposición. Por ejemplo, en un hogar poliamoroso podría haber siempre algún adulto disponible para cuidar a los pequeños, reduciendo la necesidad (y el gasto) de guarderías o niñeras privadas. También es más fácil que los padres se turnen para atender enfermedades del niño sin que uno solo deba ausentarse extensamente del trabajo, etc. En una comunidad voluntaria más amplia, podría incluso haber acuerdos de home-schooling o educación en casa compartida: varios adultos instruyen a un grupo de niños en diferentes materias según sus talentos, sin necesidad de escuela estatal. Estas prácticas recuerdan en parte a modelos tradicionales (aldeas donde los niños eran cuidados por tíos, abuelos, vecinos) pero aquí sería por elección consciente, no solo por lazos de sangre.
Económicamente, esto implica una especie de “socialización privada” de los costos de crianza: en lugar de recaer solamente en dos progenitores biológicos, el grupo asume colectivamente la inversión en los menores. Es interesante notar que, hoy por hoy, el Estado suele obstaculizar legalmente estas configuraciones. Por ejemplo, en la mayoría de jurisdicciones actuales no se reconoce más de dos padres legales por niño. Sólo unos pocos estados o países permiten tres padres legales, y generalmente en contextos muy específicos[38]. En los demás casos, una persona que críe y ame a un niño como hijo (por ejemplo, la pareja de la madre biológica) no tiene derechos parentales si no está casada o si ya hay dos progenitores reconocidos. Esto genera inseguridad jurídica y ha llevado incluso a tragedias legales: se han documentado casos donde, por prejuicio contra el poliamor, tribunales retiraron la custodia de menores a padres poliamorosos pese a no haber maltrato, argumentando cuestionables “mejores intereses” basados en estilos de vida[39]. También si fallece un padre biológico, el adulto “no reconocido” que ayudó a criarlo podría no tener ninguna posibilidad de quedarse con el niño, quien acabaría en manos de familiares lejanos o el sistema de acogida estatal[40]. Todo esto es consecuencia directa de que el Estado define rígidamente qué es una familia y cuántos padres “cabes” en ella. En cambio, en un orden anarco-capitalista, los arreglos parentales serían asunto de contrato y consentimiento: podría haber contratos de tutela compartida entre, digamos, cuatro adultos responsables de X niños, con cláusulas sobre responsabilidades financieras y derechos en caso de separación. La ausencia de una ley única permitiría mucha innovación: familias poliamorosas podrían firmar pactos de custodia pluriparental, seguros mutuos para los niños, etc., con mecanismos privados de resolución de conflictos. Además, con la eliminación de las escuelas públicas obligatorias, cabría un auge de la educación descentralizada: desde pods educativos auto-gestionados por varias familias, hasta contratación de tutores privados comunes. Recordemos que Murray Rothbard mismo, en La Ética de la Libertad, llegó a plantear ideas radicales sobre los derechos de los niños en una sociedad libertaria (por ejemplo, que los padres no pueden agredirlos pero tampoco están obligados a criarlos, pudiendo delegar o transferir esa responsabilidad siempre voluntariamente). Aunque muchas de las opiniones de Rothbard sobre infancia son controvertidas, sí es consistente con el anarco-capitalismo que la “familia” se considere una asociación contractual más, no muy distinta a una sociedad mercantil. Esto implicaría que un niño podría tener múltiples tutores legalmente reconocidos a través de acuerdos privados. Desde un punto de vista económico, los niños podrían beneficiarse de fondos fiduciarios creados por sus varios tutores, de seguros de vida cruzados (por ejemplo, cada adulto del grupo es beneficiario en caso de fallecimiento de otro, para que el sustento de los niños continúe). En síntesis, la crianza en un mundo poliamoroso anarco-capitalista sería más colaborativa y diversificada, con modelos como “aldeas privadas” o cooperativas de padres, y sin las actuales limitaciones legales que priorizan una estructura biparental exclusiva.
· Seguros, salud y protección mutua: En una sociedad sin Estado, la seguridad material frente a riesgos (enfermedad, vejez, desempleo) dependería en gran medida de soluciones de mercado y redes voluntarias. Aquí las redes poliamorosas podrían jugar un rol similar al de las familias extensas o comunidades religiosas en otras épocas, actuando como un colchón de seguridad más amplio para sus miembros. Varias personas unidas por lazos afectivos pueden formar pequeñas “mutuales” privadas: por ejemplo, crear un fondo común para emergencias médicas o contribuir todas a un seguro colectivo. De hecho, ya actualmente algunas familias poliamorosas han buscado ingeniería legal para disfrutar de beneficios de seguro juntos. Dado que las aseguradoras de salud típicamente solo cubren al cónyuge legal y a los hijos, ha habido casos de tríos o grupos poliamorosos que constituyen una empresa (LLC) para inscribirse en un plan de seguro de grupo como empleados de la misma, y así compartir una póliza médica[37]. Este tipo de creatividad sería innecesario en un contexto anarco-capitalista, porque las aseguradoras privadas competirían por clientes ofreciendo planes flexibles: podríamos ver “seguros familiares ampliados” donde el cliente define cuántos adultos y niños incluye, sin preguntas de parentesco. Al no haber regulaciones que amarren los seguros al matrimonio o lazos sanguíneos, un grupo de amigos o una comuna poliamorosa podrían sencillamente comprar un plan de salud conjunto.
Lo mismo aplicaría a seguros de vida o de incapacidad: hoy en día, si uno quiere designar beneficiarios múltiples (por ejemplo, que su herencia o indemnización se reparta entre varios amantes o co-padres), suele ser posible pero engorroso, y a veces los impuestos de sucesiones castigan más a quien no es cónyuge. En la sociedad que describimos, no habría impuestos sucesorios ni categorías legales de “pariente preferente”, de modo que cada individuo podría libremente asignar porcentajes de su seguro o patrimonio a quien desee. La polifamilia actuaría como un clan económico: si uno enferma gravemente, sus parejas o metamores (parejas de sus parejas) podrían cubrir los gastos, cuidarle o mantener a sus hijos, todo sin la burocracia de permisos legales. En ausencia de Estado de bienestar, esta red de apoyo privado es valiosísima – y a diferencia de la familia monógama estándar, la familia poliamorosa tiene más redundancia: no depende de uno o dos proveedores, sino potencialmente de tres, cuatro o más, disminuyendo la probabilidad de desamparo total. Por supuesto, también existirían seguros privados y organizaciones benéficas abiertos a cualquiera, pero al igual que hoy muchos dependen de la familia para ayuda antes que de la caridad, en ese entorno las redes poliamorosas serían la primera línea de ayuda mutua.
Otra dimensión es la atención de salud cotidiana. Varias parejas significan más incentivo para cuidar la salud sexual responsablemente: comunidades poliamorosas suelen enfatizar pruebas médicas frecuentes, comunicación sobre enfermedades, etc. En un orden libertario, probablemente florecerían clínicas privadas especializadas en atender a redes poliamorosas (por ejemplo, paquetes de chequeos grupales con descuentos por volumen, o servicios de telemedicina familiar donde varios adultos autorizados acceden al historial de un niño). La ausencia de tabúes estatales permitiría avances prácticos, como por ejemplo bancos de semen o acuerdos de co-parentalidad entre amigos sin las complejas regulaciones actuales. También, recordemos que en un sistema de libre mercado, la competencia tiende a bajar costos y mejorar el servicio; si estos grupos de afinidad negocian como unidad, podrían obtener mejores primas de seguro o precios de mayorista en medicamentos.
Finalmente, cabe mencionar la protección personal y seguridad. En un anarco-capitalismo, la defensa corre a cargo de agencias privadas y la gente misma. Un grupo poliamoroso extenso podría contratar en conjunto servicios de seguridad privada para su vecindario o vivienda, repartir los costos de sistemas de alarma, etc. Incluso, dado que una comunidad relacional es también una comunidad de confianza, podrían organizarse para responder colectivamente a emergencias (imaginemos una red de varias casas poliamorosas en una ciudad que pactan acudir en ayuda si alguien sufre un robo, funcionando como una mini milicia privada o “vigilancia vecinal” altamente coordinada). Así, el poliamor proveería capital social que reduce la dependencia en la policía gubernamental.
· Dinámicas laborales y organización del trabajo: La presencia de estructuras familiares no convencionales también influiría en el ámbito laboral y empresarial. Con múltiples adultos en cooperación, sería más factible que algunos emprendieran negocios propios mientras otros aportan estabilidad económica con trabajos tradicionales, y luego intercambiar roles si es necesario. Por ejemplo, en una tríada o cuádruple poliamorosa, quizás dos miembros trabajen a tiempo completo, uno medio tiempo y otro se dedique a un emprendimiento desde casa o al cuidado doméstico; si el emprendimiento despega, los roles pueden rotar. Esta flexibilidad interna permite asumir riesgos emprendedores con mayor red de seguridad: es menos arriesgado dejar un empleo para lanzar una startup cuando tienes tres compañeros que pueden sostener el hogar interinamente. De este modo, podríamos ver en una sociedad poliamorosa más espíritu empresarial distribuido, porque las cargas familiares no recaerían sobre una sola pareja con hipoteca, sino que son compartidas.
Asimismo, un hogar con varios adultos podría permitirse que alguno tome descansos sabáticos para formación o para atender a los hijos pequeños, sin perder totalmente el ingreso familiar. Esto beneficiaría el desarrollo de capital humano: más educación continua, más movilidad laboral (si a uno despiden, hay otros ingresos). Tradicionalmente la familia nuclear a veces fuerza a aceptar malos empleos o jornadas extenuantes porque no hay más ayuda; en contraste, la familia poliamorosa es más resiliente ante choques económicos. Es interesante notar que incluso las empresas y el mercado laboral podrían adaptarse reconociendo estas estructuras: en lugar de beneficios pensados solo para “cónyuge e hijos”, un empleador en libre mercado competitivo podría ofrecer paquetes flexibles donde el empleado designa X beneficiarios para seguros o bonos, sean cónyuges o no. Ya algunas compañías tech ofrecen cobertura a parejas de hecho; en una sociedad donde el poliamor es común, atraer talento podría implicar aceptar múltiples beneficiarios (por ejemplo, permitir que un empleado agregue a dos de sus parejas a su seguro médico pagando extra, etc.). En un sistema privado esto sería un elemento diferenciador de recursos humanos, no un impedimento legal.
Por otro lado, la ética de la anarquía relacional —que valora la comunicación clara, el consenso y la autonomía personal— podría traducirse en estilos de gestión laboral más horizontales. Muchas personas poliamorosas desarrollan habilidades de negociación, gestión emocional, manejo del tiempo entre varias relaciones, etc., que son útiles también en entornos organizativos. No sería extraño que comunidades poliamorosas emprendan cooperativas o start-ups juntos, con estructuras de propiedad compartida (algo más fácil de administrar en anarco-capitalismo, donde cualquier sociedad contractual es válida sin cargas burocráticas). Por ejemplo, imaginemos un grupo de amigos y parejas poliamorosas que montan una empresa de diseño: confían unos en otros, pueden reinvertir beneficios en su microcomunidad, y reparten las labores domésticas para que la empresa prospere. Esto de hecho ocurrió con la comuna Kerista, cuyos miembros trabajaban en conjunto en sus negocios tecnológicos, compartiendo ingresos en beneficio del grupo[25].
En suma, las dinámicas laborales en un entorno de poliamor voluntarista tenderían a ser más flexibles y centradas en la persona, porque la línea entre “vida personal” y “trabajo” se manejaría con mayor holgura. Las empresas privadas, sin regulaciones discriminatorias, podrían adaptarse a empleados con estructuras familiares distintas (horarios más personalizados, licencias para cuidar a cualquier ser querido enfermo y no solo “esposo/hijo”, etc.). Además, el mercado de trabajo sexual o afectivo (que tratamos en el siguiente punto) sería parte también de este ecosistema, generando oportunidades laborales en sectores hoy estigmatizados.
· Mercados sexuales y economía de los vínculos íntimos: La esfera sexual y relacional en sí misma puede analizarse en términos de “mercado”, aunque sea un mercado muy especial (de afecto, de emparejamiento, de servicios sexuales, etc.). Bajo un régimen anarco-capitalista poliamoroso, este mercado sexual sería mucho más libre y variado que en cualquier sociedad estatista monógama.
Primero, en cuanto a la sexualidad como actividad económica: cualquier servicio consensual relacionado (prostitución, trabajo sexual digital, terapia sexual, pornografía, etc.) sería plenamente legal y legitimado como un intercambio voluntario. La única regulación sería la establecida por contratos privados y potencialmente por agencias de certificación o reputación. Esto significa que prácticas que hoy algunos Estados prohíben (como la prostitución en muchos países, o ciertas formas de pornografía entre adultos) serían ofrecidas abiertamente en el mercado. Los anarco-capitalistas sostienen que no corresponde al Estado legislar la moral privada ni las transacciones sexuales entre adultos capaces[15][16]. Así, veríamos probablemente un florecimiento de servicios sexuales seguros y profesionalizados: burdeles o agencias operando con estándares sanitarios altos (para competir, se someterían a auditorías privadas de salubridad en lugar de inspecciones estatales), plataformas online de contacto sin censura gubernamental, etc. Al eliminarse el estigma legal, muchas más personas podrían optar por trabajos sexuales de forma temporal o permanente, integrándose esta industria en la economía formal. Esto no significa una obligación de participación, por supuesto; simplemente, maximizar la libertad de elección implica también libertad para vender o comprar servicios sexuales. Cabe esperar que, similar a como ocurrió tras algunas legalizaciones, la transparencia reduzca la violencia y explotación: los trabajadores sexuales podrían sindicarse voluntariamente, contratar protección privada, establecer seguros de responsabilidad, etc., sin temor a ser criminalizados. Por ejemplo, la conocida activista y escritora libertaria Wendy McElroy argumenta que la prostitución es una transacción como cualquier otra y que las leyes solo han servido para perjudicar a las mujeres en ese campo; su postura, común en el anarco-capitalismo, es que descriminalizar el sexo comercial permite a las propias trabajadoras negociar mejores condiciones y defender sus derechos[41].
Ahora bien, más allá del aspecto comercial directo, existe la economía de los emparejamientos y las relaciones. En una sociedad monógama, se habla a veces del “mercado matrimonial” o “mercado de pareja”: personas “ofreciéndose” como potenciales cónyuges con ciertas cualidades, compitiendo por los más deseados, etc. Con el poliamor generalizado, ese panorama sería distinto, ya que las relaciones no son excluyentes. En vez de que cada persona busque una pareja óptima, podría entablar varias relaciones que satisfagan distintas necesidades. Esto posiblemente alivia algunas presiones del mercado sexual tradicional: por ejemplo, alguien no tiene por qué renunciar a un vínculo valioso solo porque encontró otro; puede tener ambos si todos consienten. Esto podría traducirse en menor “frustración” para ciertos individuos que en sistemas monógamos quedan excluidos. Pensemos en las dinámicas actuales: en sociedades poligínicas (un hombre con varias mujeres) clásicas, suele ocurrir que algunos hombres acaparan muchas mujeres mientras otros quedan sin ninguna, generando tensiones sociales. Sin embargo, el poliamor moderno es por naturaleza más igualitario y simétrico, permitiendo múltiples combinaciones para todos los géneros. Un entorno de anarquía relacional tiende a rechazar que haya “propiedad” de las personas, con lo cual es más fácil que la gente negocie configuraciones diversas (triángulos, vees, redes) en lugar de haber ganadores y perdedores absolutos en el “juego” del apareamiento.
Desde otra perspectiva, al no existir incentivos estatales que privilegien el matrimonio legal (subsidios, estatus, etc.), la gente se uniría estrictamente por afinidad y acuerdo mutuo, no por presión económica o social. Muchas personas hoy contraen matrimonio monógamo por beneficios fiscales, por asegurar derechos sucesorios, por regularización migratoria, etc. En el mundo que planteamos, casarse (en el sentido de firmar un contrato de unión) sería opcional y completamente personalizable, pues cada pareja o grupo definiría los términos de su asociación. Habría quizá “contratos de unión poliamorosos” elaborados por bufetes especializados, adaptando figuras del derecho corporativo a los vínculos afectivos: por ejemplo, un contrato podría estipular cómo se reparten bienes aportados por cada miembro, cláusulas de salida (análogo a acuerdos prenupciales pero para 3 o más), disposiciones sobre hijos en común, etc. Todo esto sin la interferencia de jueces de familia o leyes rígidas. Así, el mercado de relaciones se llena de posibilidades creativas: desde relaciones muy fluidas sin ningún contrato formal (simple acuerdo verbal), hasta “familias contrato” complejas de varios miembros. La competencia entre proveedores legales daría lugar a paquetes asequibles de contratos estándar para polifamilias (similar a cómo LegalZoom ofrece formularios baratos hoy).
Además, quitar al Estado de la ecuación elimina distorsiones como las leyes de adulterio. Sorprendentemente, aún en el siglo XXI, en algunos lugares el adulterio (tener sexo fuera del matrimonio) es ilegal y punible[42][43]. Tales leyes obviamente refuerzan la monogamia coercitivamente. Un entorno libertario no toleraría castigos por lo que es básicamente un incumplimiento contractual privado en todo caso. En un arreglo voluntario, si una pareja monógama acuerda fidelidad, podría estipular penalizaciones contractuales por infidelidad (como daños monetarios), pero nadie iría a la cárcel ni habría “policía de la moral” persiguiendo engaños. La propia existencia de anarquía relacional cuestiona el concepto de adulterio, puesto que idealmente cada uno es libre de vincularse con otros sin ser tratado como criminal. Esto también implica que conceptos como “celos posesorios” podrían mitigarse socialmente: habría un incentivo cultural y práctico a gestionar los celos de forma madura en lugar de recurrir a violencia o litigios.
Volviendo a la noción de mercado sexual como tal: es posible que con la normalización del poliamor, la industria de las citas (dating) se transformara. Hoy proliferan aplicaciones de citas monógamas y algunas específicas para poliamor. En una sociedad donde la mayoría está abierta a relaciones múltiples, aplicaciones y servicios de matchmaking podrían volverse más sofisticados, ofreciendo búsqueda de redes en lugar de solo pares. Imaginemos una plataforma donde un trío existente busca un cuarto miembro para su polifamilia, o donde dos personas solteras deciden iniciar una relación sabiendo que cada quien puede incorporar a otros en su vida sin ruptura. Todo esto serían oportunidades de negocio. También el turismo sexual o romántico podría adoptar nuevas formas: resorts orientados a parejas múltiples, eventos sociales para anarquistas relacionales (ya hoy existen convenciones poliamorosas, en libertad plena serían más comunes y comerciales).
Un aspecto económico curiosísimo es que algunos autores libertarios han equiparado históricamente el matrimonio a un contrato económico. De hecho, en el siglo XIX la legislación empezó a ver el matrimonio más como contrato que como sacramento, lo cual en palabras de Ludwig von Mises “introdujo los principios capitalistas en la institución matrimonial”[44][45]. Mises alababa que con el capitalismo la mujer dejó de ser una sierva sin propiedad para convertirse en una compañera con derechos contractuales[46]. Esto es cierto, pero Mises asumía el marco monógamo. En un salto imaginativo, podríamos decir que un paso más allá es permitir contratos de matrimonio multilateral. Así como en el comercio existen sociedades con múltiples socios, ¿por qué no familias con más de dos socios contractuales? Rothbard y otros anarco-capitalistas insistieron en que el Estado no debería siquiera otorgar licencias de matrimonio – su rol ideal sería nulo; las personas se “casarían” mediante contratos privados o simples ceremonias sin rol estatal[47]. Pues bien, si nada te impide firmar un contrato con más de una persona simultáneamente, la figura de matrimonio grupal o “múltiple partnership” podría emerger. De hecho, ya hay una tendencia incipiente: ciudades como Somerville o Cambridge (en Massachusetts, EE.UU.) aprobaron ordenanzas locales reconociendo uniones domésticas de más de dos personas, extendiendo beneficios municipales a grupos poliamorosos. Es un cambio menor y local, pero indica que la demanda por reconocimiento de relaciones múltiples existe. En la sociedad anarco-capitalista, no haría falta reconocimiento gubernamental: esas uniones serían tan válidas como cualquier contrato mercantil, y podrían celebrarse ante notarios, árbitros privados o simplemente bajo palabra.
Por último, consideremos el “mercado” del sexo en sí mismo (interacción de oferta/demanda de pareja): la eliminación de subsidios a la monogamia (como comentaremos en la sección siguiente) podría llevar a un escenario donde menos gente se case por conveniencia y más formen redes electivas. Quizá ciertas tensiones se reduzcan: por ejemplo, personas que en el sistema actual no consiguen pareja podrían en una red poliamorosa integrarse como segundo compañero de alguien, en lugar de quedarse completamente solos. En cambio, también podría haber nuevos retos: es posible que algunos individuos muy carismáticos o adinerados atraigan múltiples parejas, creando cierta desigualdad en el “reparto” de relaciones. Sin embargo, la filosofía anarquista no buscaría forzar una “igualdad” artificial en este ámbito; simplemente, sería un mercado más libre donde cada quien, con su atractivo y habilidades sociales, entabla tantas relaciones como logre consensuar. Los menos solicitados tendrían que mejorar sus “ofertas” (ya sea personalidades más agradables, cooperar en grupos, etc.), algo que ya ocurre pero aquí sin el resguardo de “al menos uno para cada uno” que se supone da la monogamia normativa. En definitiva, el mercado sexual amoroso sería más dinámico, plural y seguramente más honesto: la honestidad radical es casi una necesidad en poliamor (mentir sobre exclusividad no tendría sentido cuando no se requiere exclusividad, lo importante sería comunicar preferencias y límites).
En conjunto, todos estos sectores muestran beneficios potenciales de combinar poliamor con un orden sin Estado: hogares más eficientes y baratos, crianza rica en recursos, protección mutua sólida, flexibilidad laboral y un entorno sexual desinhibido pero seguro. Sin embargo, para apreciar plenamente esta visión, conviene contrastarla con el status quo actual donde el Estado y la monogamia normativa van de la mano.
Monogamia estatista vs. vínculos libres: distorsiones y diferencias
Las relaciones monógamas tradicionales bajo sistemas estatistas están entrelazadas con un entramado de leyes, incentivos y normas impuestas que distorsionan la economía de los vínculos afectivos y sexuales. Comparar esa realidad con la alternativa libertaria nos permite subrayar hasta qué punto el Estado ha moldeado (y limitado) nuestras opciones relacionales, frecuentemente con consecuencias opresivas o ineficientes.
En las sociedades modernas, el Estado desempeña un papel de árbitro y controlador del matrimonio y la familia. La mayoría de países exige licencias o registros civiles para considerar válido un matrimonio; dicta quién puede casarse (tradicionalmente prohibiendo matrimonios entre personas del mismo sexo, hoy todavía prohibiendo el matrimonio entre más de dos individuos), determina cómo debe disolverse una unión (procedimientos de divorcio, separaciones) y establece un sinfín de disposiciones sobre custodia de hijos, herencias, régimen de bienes, etc. Todo este aparato legal, justificado a menudo como protección de la familia, en realidad establece un modelo preferente y castiga las desviaciones. Veamos varios ejemplos concretos de cómo el Estado regula y distorsiona la economía de los afectos:
- Imposición del modelo familiar nuclear-monógamo: En la mayoría de jurisdicciones, el matrimonio está legalmente restringido a dos personas. Cualquier intento de formalizar poligamia o poliamor es nulo y puede ser penalizado. En países occidentales, la poligamia (casarse con más de una persona) es típicamente un delito; por ejemplo, en todos los estados de EE.UU. sigue siendo ilegal casarse con más de un cónyuge, tipificado incluso como delito grave (felonía) en muchos lugares[48]. Utah, hogar de la tradición mormona polígama, solo en 2020 redujo la poligamia de delito a infracción leve, equiparable a una multa de tráfico[49]. En otros sitios, alguien que intente vivir abiertamente con dos cónyuges puede enfrentar desde multas hasta cárcel. Este monopolio legal de la monogamia significa que grupos poliamorosos no tienen acceso a las protecciones automáticas que la ley brinda a matrimonios binarios: no pueden gozar de reconocimiento de parentesco mutuo, están excluidos de muchos beneficios (seguros, visados de pareja, etc.) y sus contratos privados a veces no son respetados. El mensaje es claro: el Estado solo valida la familia de dos. Aun en aspectos simbólicos, como registro civil, solo deja inscribir a dos padres por niño (con contadísimas excepciones)[50]. Esta imposición desalienta a mucha gente de explorar alternativas, por temor a quedar en un limbo jurídico. En contraste, en un sistema de libre mercado, ninguna ley impediría la cohabitación o co-contratación entre múltiples adultos; podrían formar unidades familiares según sus propios términos, con reconocimiento contractual. La ausencia de proscripción legal del poliamor quitaría un gran obstáculo que hoy fuerza a muchos a la doble vida o a esconder segundas relaciones.
- Regulación y fragmentación de la propiedad en la familia: Los estados han desarrollado complejas normativas de bienes gananciales, patrimonio conyugal, impuestos sobre transmisiones entre familiares, etc. En principio, estas leyes buscan ordenar la economía familiar, pero privilegian un solo modelo. Por ejemplo, en matrimonios monógamos suele haber ventajas fiscales en la transferencia de bienes entre cónyuges o herencias (exenciones de impuestos, etc.), mientras que si quieres dejar tu herencia a dos parejas distintas, la segunda sería tratada como extraña y gravada al máximo. Otro ejemplo: en muchos lugares, al morir alguien intestada, su cónyuge legal recibe todo o gran parte, relegando a cualquier otra persona significativa. El Estado básicamente define por ti quién es tu “familia económica”. Esto distorsiona decisiones: personas que viven en unión libre o poliamor se ven obligadas a hacer piruetas legales para tener protecciones similares (testamentos muy detallados, adopciones de adulto, sociedades mercantiles para meter bienes compartidos, etc.), asumiendo costos que una pareja casada no. Incluso algo tan cotidiano como presentar impuestos difiere: en países con declaración conjunta, casarse monógamamente puede bajar la carga fiscal (o a veces subirla, pero en todo caso cambia el cálculo), algo totalmente inaccesible para relaciones múltiples. Un artículo de un journal legal observaba que familias poliamorosas hoy se ven forzadas a cometer pequeñas ilegalidades fiscales –por ejemplo, declararse “solteros” para ciertos créditos aunque vivan en polifamilia– porque no encajan en ninguna categoría fiscal existente[51]. En contraste, una sociedad anarco-capitalista no tendría impuestos sobre la renta personales ni privilegios a un estado civil: la contribución al orden social vendría vía consumo (IVA) o no existirían impuestos coercitivos. Por tanto, no habría “premio” ni “castigo” fiscal por tu arreglo romántico. Cada grupo manejaría su propiedad libremente, haciendo contratos de reparto si quieren. Si un poligrupo compra una casa juntos, hoy deben constituir una copropiedad anómala; en libertopia, podrían simplemente figurar todos como dueños sin más trámite (o como mencionamos, crear una asociación voluntaria con sus propias reglas). La igualdad ante el mercado implicaría que una polifamilia podría acceder a productos financieros (hipotecas conjuntas de, digamos, 4 titulares, cosa que hoy pocos bancos contemplan) o acuerdos patrimoniales que reflejen su realidad y no la camisa de fuerza legal estandarizada.
- Obstáculos a la libre asociación y discriminación legal: Ya mencionamos las leyes de ocupación que impiden muchos adultos no emparentados bajo un mismo techo[36]. Estas normas, vigentes en ciudades de EE.UU. y otros países, históricamente sirvieron para segregar y para castigar estilos de vida “no convencionales” (como comunas hippies). Al limitar a, por ejemplo, “no más de 2 personas sin parentesco por vivienda”, se hace imposible legalmente una casa con, digamos, 3 amigos o un trío poliamoroso en ciertos municipios[52]. Esto encarece la vivienda y fuerza a la gente a esconder la verdadera composición de sus hogares (por ejemplo, solo dos firman el contrato de arrendamiento y los demás están “de visita” permanente). Esta es una clara violación de la libertad de asociación: ¿qué importa si mis compañeros de piso son familia, pareja o amigos, mientras cumplamos el contrato con el dueño?. Afortunadamente, algunas ciudades están empezando a derogar esas leyes precisamente porque aumentan artificialmente los costos de vivienda y discriminan a minorías[53]. El anarco-capitalismo aboliría por completo la zonificación coercitiva: los propietarios pondrían las reglas que quieran en sus inmuebles, pero no habría ordenanzas arbitrarias sobre quién puede vivir con quién. Así, cualquier grupo de personas tendría derecho a cohabitar y formar comunidad, ya sea con fines económicos, afectivos o ambos. Otra restricción es la migratoria: Estados-nación controlan quién puede vivir dónde, dificultando la reunificación de familias no tradicionales. Un poliamorista que ame a dos personas de distintos países lo tiene crudo para traer a ambos legalmente; las leyes de visado típicamente reconocen una esposa/esposo. En la sociedad sin Estado, la libertad de movimiento permitiría que las asociaciones afectivas fueran transnacionales sin burocracia.
- Subsidios y privilegios a la monogamia: Irónicamente, además de imponer monogamia, el Estado a veces subsidia directamente el modelo convencional, lo que genera dependencias y desigualdades. Por ejemplo, sistemas de seguridad social proveen pensiones de viudedad al cónyuge supérstite; es un gasto público significativo destinado solo a quien estaba casado legalmente. Políamor e individuos fuera de matrimonio no ven un centavo de eso si fallece su pareja. Otras ayudas gubernamentales, como deducciones de impuestos por declarar en pareja, bonos por hijos dentro del matrimonio, viviendas de protección oficial pensadas para familias nucleares, etc., actúan como incentivos financieros a casarse o mantenerse en pareja “legal”. Incluso en políticas menos obvias: durante décadas se ha promocionado la “familia unida” como ideal a través de campañas públicas, y algunas legislaciones dan preferencia en empleos o créditos a hombres “jefes de hogar” casados (esto era común en el pasado). Todo esto no es casual: los gobiernos han visto a la familia nuclear dependiente como célula básica para estructurar la sociedad y la economía conforme a ciertos intereses (por ejemplo, trabajadores varones móviles geográficamente con esposas cuidadoras en casa, modelo posguerra). Algunos críticos libertarios argumentan que también el Estado de Bienestar desalienta la formación de familias estables en ciertos casos: por ejemplo, beneficios sociales que se pierden si la madre soltera se casa, creando un incentivo perverso a permanecer soltera para no perder subsidios[54][55]. En EE.UU. se ha comparado el efecto de la asistencia social con un “polígamo celoso” que no permite a las madres tener “otro marido” (porque si se casan o consiguen trabajo pierden la ayuda)[56][57]. Es decir, tanto por un lado (subvenciones a casados) como por el otro (penalizaciones a pobres que se casan), las políticas estatales interfieren en decisiones íntimas. En un entorno anarco-capitalista, no existirían tales subsidios ni penalizaciones: ni se premiaría ni se castigaría fiscalmente o en ayudas según estado civil. Cada persona tendría que planificar su sustento sin esperar pensiones vitalicias por ser cónyuge ni temer perder beneficios al casarse. Esto haría las elecciones relacionales más genuinas: la gente no se casaría “por la visa” o “por la pensión” ni evitaría casarse por no perder el cheque del Estado. Asimismo, se eliminaría un sesgo: actualmente, seguros de salud estatales o empleadores suelen cubrir a un cónyuge pero no a un novio/novia no oficial. Sin esa restricción, los individuos podrían contratar protección para quienes consideren familia, sea 1 o 5 personas.
- Control estatal de la reproducción y sexualidad: Tradicionalmente, los Estados (muchos influidos por religiones mayoritarias) han regulado la sexualidad para canalizarla hacia la procreación dentro del matrimonio. Se penalizó la anticoncepción, el aborto, las relaciones extramatrimoniales e incluso ciertas prácticas entre cónyuges. Si bien mucho de eso ha sido abolido en países liberales, aún persisten leyes absurdas: por ejemplo, hasta hace poco en algunos estados de EE.UU. el sexo oral o anal incluso entre esposos era ilegal (leyes de sodomía); en otros lugares, las “leyes de adulterio” permiten sancionar penalmente a quien engaña a su marido/esposa[43]. Estas leyes no siempre se aplican, pero quedan como herramientas de coacción moral. Su existencia “económica” residía en que reforzaban la exclusividad sexual obligatoria, facilitando controlar la filiación de hijos y la transmisión de patrimonio (un objetivo histórico de la monogamia fue asegurar que la herencia iba a descendencia legítima, por eso tanto celo en castigar adulterio, principalmente femenino). En la sociedad libertaria poliamorosa, todo eso se desmonta: no hay crímenes sin víctima como el adulterio o la fornicación. La determinación de la paternidad/maternidad en caso de reproducción se haría mediante acuerdo (hoy ya existen tecnologías para pruebas de paternidad si se desea certeza biológica, pero en polifamilias quizás todos los adultos del grupo se considerarían padres sociales independientemente de la genética). La no injerencia estatal significaría también que no habría subsidios a métodos anticonceptivos ni prohibiciones: simplemente, libre comercio de ellos. Las decisiones sobre aborto, inseminación artificial, vientres de alquiler, etc., se regirían por contratos privados y jurisprudencia voluntaria, no por imposiciones políticas. Esto quita la batalla cultural de turno del ámbito coercitivo y la devuelve a comunidades y pactos individuales.
En resumen, el modelo estatista monógamo ha creado una estructura donde la pareja casada recibe reconocimientos y ayudas especiales, mientras otras formas de relación quedan marginadas o invisibles. El Estado actúa como arquitecto de la vida íntima, imponiendo quién cuenta como familia y quién no, a menudo con resultados opresivos: personas que pierden sus hijos por prejuicios (como aquella madre poliamorosa que casi perdió la custodia hasta que echó a su pareja extra para aplacar al juez[39]), amantes de toda la vida que quedan sin nada al fallecer su pareja porque no podían casarse, individuos obligados a permanecer en matrimonios infelices por dependencia económica fomentada por políticas públicas, etc. Frente a eso, la visión anarco-capitalista poliamorosa eliminaría estos arbitrajes injustos. La economía de los vínculos sería fluida y autodeterminada: cada grupo humano decide su estructura y asume las consecuencias sin esperar privilegios externos pero tampoco sufriendo discriminación legal.
El Estado como ente opresor de la familia y la sexualidad
Llegados a este punto, conviene hacer explícitas las críticas libertarias al papel del Estado en materia de relaciones afectivas, familiares y sexuales. Desde la óptica anarco-capitalista, el Estado moderno ha usurpado competencias que no le corresponden, imponiendo un orden en la vida privada que vulnera la libertad individual. Podemos sintetizar estas críticas en varios aspectos clave:
- Imposición de modelos familiares por la fuerza: El Estado históricamente colaboró con la iglesia o con ideologías conservadoras para imponer la familia monógama heterosexual como única legítima. Cualquier otra forma (poligamia, unión libre, familias extensas comunitarias) fue perseguida o ridiculizada. Esta imposición no solo es cultural, sino legal: como vimos, hay leyes que literalmente prohíben la poligamia, y en el pasado prohibieron incluso el matrimonio interracial o homosexual. Para el anarco-capitalista, esto es inadmisible: la familia debe surgir de contratos voluntarios, no de la ingeniería social estatal. Rothbard y otros señalaron que licenciar matrimonios es tan absurdo como licenciar amistades – ningún burócrata debería decidir quién puede unirse a quién[47]. Al monopolizar el registro civil, el Estado convierte una unión voluntaria en un privilegio otorgado desde arriba.
- Regulación coercitiva de la propiedad dentro de la familia: Legislaciones como las de bienes gananciales, pensiones alimenticias, etc., muchas veces tratan a los ciudadanos como incapaces de autorregular sus relaciones. Si bien estas leyes pretenden proteger a partes vulnerables (e.g. cónyuges sin ingresos), lo hacen a costa de coartar la libertad contractual. Un anarco-capitalista diría: dejad que cada pareja o poligrupo firme su propio acuerdo prenupcial o de convivencia; quienes no lo hagan, que recurran a arbitraje privado en caso de disputas. En lugar de eso, el Estado impone plantillas rígidas que no se ajustan a todos. Por ejemplo, Hans-Hermann Hoppe (teórico libertario) criticaba que la tendencia estatista es a erosionar la autoridad privada de la familia sustituyéndola por normas públicas – en su visión (bastante conservadora por cierto) ello debilitó los lazos naturales de responsabilidad. Aunque Hoppe aboga más bien por familias tradicionales, compartía la idea de que la intrusión del Estado destruye la autonomía familiar. En nuestro caso poliamoroso, la intrusión es aún más patente: la negación lisa y llana de derechos a familias no estándar.
- Impedimento de la libre asociación: Como se ha reiterado, leyes como las de ocupación residencial, las migratorias, las que limitan número de cónyuges o padres, son un ataque frontal a la libertad de asociación. Para un libertario, cualquier grupo de adultos tiene derecho a asociarse y convivir bajo las reglas que estime – esa es la esencia misma de la sociedad civil. El Estado viola esto “por nuestro propio bien” o el “bien público”, esgrimiendo excusas de salubridad, moralidad o lo que fuere. El resultado real suele ser discriminación y segregación, como admiten investigaciones de las propias leyes de ocupación (usadas para mantener a minorías y pobres fuera de ciertos barrios)[58][59]. En lugar de reconocer la pluralidad de formas de vida, el Estado tiende a homogenizar.
- Subsidio de la monogamia y del rol de proveedor masculino: Muchos libertarios señalan que las políticas públicas, tanto las tributarias como las asistenciales, han generado incentivos perversos en la vida familiar. Un ejemplo clásico: los “marriage penalties” o penalizaciones fiscales al matrimonio para pobres (ya mencionadas) han contribuido a menores tasas de matrimonio en clases bajas, dejando más familias monoparentales dependientes del Estado. Al mismo tiempo, programas que promocionan el matrimonio (hubo iniciativas gubernamentales de cursos prematrimoniales, bonos a matrimonios jóvenes, etc.) gastan dinero público en propagar un modelo en lugar de otros. Para un anarco-capitalista, esto es injusto con los que no encajan en ese molde y además es una forma sutil de ingeniería social. Michael Munger comparaba mordazmente al Estado benefactor con un “polígamo celoso” que mantiene a muchas mujeres (vía welfare) pero no las deja casarse ni progresar[60][61]. En definitiva, el Estado aquí actúa como patriarca, reservándose el rol de protector a cambio de lealtad, y castigando desviaciones (sea penalizando casarse, sea penalizando no casarse, según convenga).
- Monopolio de la justicia familiar: Otra crítica es que el Estado ha monopolizado la resolución de disputas familiares mediante cortes de familia, a menudo con resultados insatisfactorios y contrarios a acuerdos privados. En un entorno anarco-capitalista, las personas podrían elegir árbitros o jueces privados especializados, incluso cláusulas de jurisdicción en sus contratos de unión. Hoy uno no puede sustraerse de la jurisdicción estatal en divorcios o custodias (salvo tal vez en comunidades religiosas con algún reconocimiento). Esto significa que normas estandarizadas se aplican a casos sumamente personales, y los jueces pueden tomar decisiones discutibles sobre con quién viven los hijos, cuánto dinero recibe quién, etc., basados en leyes generales. El caso citado en la sección previa –un tribunal quitando temporalmente una niña a su madre por el hecho de vivir en poliamor hasta que uno de los adultos “extra” se mudó fuera– muestra la mentalidad punitiva: la ley prioriza su visión moral sobre la evaluación concreta de los hechos (de hecho, en ese caso los psicólogos testificaron que la niña estaba bien cuidada y no sufría, pero igualmente la separaron hasta que la familia se conformó al molde tradicional)[39]. Los libertarios argumentan que la justicia estatal a menudo pisotea los derechos individuales en pro de abstractos.
- Violación de la soberanía corporal y sexual: Por último, desde la perspectiva anarquista, leyes que criminalizan actos sexuales consensuales (como adultery, sodomía en su día, prostitución, poliamor, etc.) son una violación flagrante del principio de no agresión. Constituyen al Estado en policía de la moral privada. Los anarco-capitalistas rechazan esto de plano: ningún organismo coercitivo debe decir qué haces con tu cuerpo mientras no dañes a otros. Así lo resume una guía libertaria: “Los libertarios favorecen eliminar todas las leyes que limiten la libertad sexual entre adultos que consienten, por ser intrusiones innecesarias del Estado en los asuntos individuales”[16]. Que aún existan leyes de adulterio o contra “relaciones ilícitas” es, para nosotros, tan anacrónico e injusto como las antiguas leyes contra la blasfemia o la herejía.
En suma, el Estado es visto como un opresor sistémico en lo referente a vínculos humanos. Ha pretendido arrogarse el poder de validar relaciones (mediante licencias y registros), de distribuir premios y castigos materiales según se acomoden a su esquema, y de vigilar las alcobas ajenas en nombre de la moral. Todo ello contraviene la libertad fundamental de las personas para buscar la felicidad en sus propios términos. Como afirmaba Émile Armand, el Estado, heredero laico de la Iglesia, impone dogmas civiles sobre la moral y la economía que convierten a los individuos en creyentes obedientes o en perfectos ciudadanos esclavos de la ley[19]. La anarquía –tanto política como relacional– responde que la auténtica solidaridad y el auténtico orden solo pueden surgir de la voluntariedad: un contrato forzado ya no es un contrato, es una forma de servidumbre; una familia impuesta o privilegiada por decreto ya no es completamente una elección de amor, sino parcialmente un artificio.
Conexiones con autores y teorías anarco-capitalistas
Para cimentar intelectualmente este análisis, conviene referir las ideas de algunos pensadores libertarios relevantes y cómo sus teorías pueden vincularse con el tema de las redes libres, la propiedad privada aplicada a lo íntimo, y los contratos voluntarios en las relaciones.
El anarco-capitalismo como tal fue formulado por Murray Rothbard, quien integró el liberalismo de libre mercado con el anarquismo individualista. Rothbard enfatizó que todas las relaciones sociales deseables se basan en el consentimiento y que los contratos voluntarios pueden reemplazar prácticamente todas las funciones que hoy usurpa el Estado, desde la seguridad hasta la justicia[62][11]. Si extrapolamos esa lógica al terreno amoroso, Rothbard perfectamente apoyaría (y de hecho lo hace implícitamente) que el matrimonio y la familia sean también asuntos regidos por contratos privados y no por licencias estatales. De hecho, en su obra criticó la noción de que el gobierno deba “otorgar” derechos especiales a parejas, poniendo como ejemplo que no era función del Estado dar licencias de matrimonio a parejas homosexuales ni heterosexuales[47]; su posición radical era que el Estado debía salir del negocio matrimonial por completo. En La ética de la libertad, Rothbard discute incluso la posibilidad de contratos de “esclavitud voluntaria” solo para concluir que no serían vinculantes porque la auto-propiedad es inalienable – es decir, ni siquiera uno mismo puede renunciar a su libertad futura por contrato. Esto aplicado a matrimonio implicaría que nadie debería ser obligado legalmente a permanecer casado, por ejemplo (principio de divorcio unilateral libre). Rothbard también escribió sobre derechos de los niños en una sociedad libre, un tema polémico porque defendía que los padres no tienen obligación legal de mantener a los hijos (más allá de no agredirlos) – posición extrema inspirada por la soberanía del individuo, aunque confiaba en que la ética y la caridad suplirían la ausencia de coacción. Si bien esa visión puede chocar, demuestra la coherencia de llevar la no-coerción a la esfera familiar. En nuestro contexto, se traduciría en que ningún adulto “pertenece” a otro ni está obligado de por vida por un contrato relacional; todo debe poder re-negociarse o terminarse sin violencia.
Otro autor, David D. Friedman, en The Machinery of Freedom (1973) especuló sobre cómo funcionarían sistemas legales privados. Aunque no trata explícitamente la familia, su idea de “ley por mercado” sugiere que comunidades diferentes podrían tener distintas normas familiares sin un monopolio único. Por ejemplo, quizás habría agencias de arbitraje especializadas en “derecho de familia poliamoroso” a las que la gente de esa subcultura acudiría, mientras otros más tradicionales usarían agencias con reglas clásicas. Esto permitiría polimorfismo legal sin conflicto, siempre y cuando uno elija con cuál agencia contratar. Friedman ilustra esto con ejemplos como la comunidad Amish, que podría tener su propio reglamento interno, o empresas de seguridad con diversos códigos. Aplicado a relaciones, se alinea con la idea de redes libres: cada red afectiva podría hasta escoger un “sistema jurídico” acorde a sus valores (por ejemplo, uno con mediación obligatoria antes de divorcios múltiples, o uno que reconozca multipaternidad). En la utopía poliamorosa anarco-capitalista, la ley se adapta a la familia, no la familia a la ley.
Ludwig von Mises, aunque no era anarquista sino liberal clásico, ofrece una perspectiva útil sobre la evolución del matrimonio con el capitalismo. En Socialismo y Liberalismo, Mises argumentó que el advenimiento de la propiedad privada capitalista liberó a la mujer en el matrimonio al introducir el contrato en lugar de la subordinación por la fuerza[46][63]. Él elogió que bajo capitalismo la esposa tuviera derechos legales sobre su propiedad y la compartida, y que el matrimonio se basara en la elección individual y la mutua fidelidad por acuerdo[64]. Mises decía que “el matrimonio tal como lo conocemos ha surgido enteramente como resultado de la idea contractual penetrando en esta esfera de la vida”[64]. Esta cita es potente: nos recuerda que muchos valores que hoy apreciamos en la pareja (monogamia por amor, igualdad de derechos entre cónyuges, divorcio con consentimiento) fueron fruto de aplicar principios de libre contrato y repudio a la coacción patriarcal. Llevado más allá, ¿por qué detener la idea contractual en “uno con uno” y no extenderla a “varios con varios” si así lo desean?. Mises no vivió para comentar sobre poliamor, pero sí criticó el ala radical del feminismo de su época que quería abolir la familia, diciendo que eso era un error porque ignoraba las diferencias biológicas y la importancia de la maternidad[65][66]. En esto Mises sonaba conservador: para él, la familia monógama seguía siendo la estructura óptima. Un anarco-capitalista actual podría disentir de Mises en ese juicio final, pero concordaría en que la familia debe basarse en decisiones libres y evolución espontánea, no en ingeniería social. Mises veía la familia como parte del orden social evolutivo y que alterarla artificialmente (como pretendían socialistas utópicos) era peligroso. Un libertario pro-poli podría replicar: dejemos evolucionar la familia de forma voluntaria en un entorno libre, y ver qué formas se adaptan mejor a las preferencias humanas. Podría emerger, por ejemplo, que redes poliamorosas cooperativas funcionan muy bien en ciertas comunidades, mientras en otras persista la monogamia tradicional por preferencia personal. Lo clave es que sea el resultado de elecciones y no de imposiciones.
Ayn Rand, aunque no anarcocapitalista sino objetivista minarquista, es una figura curiosa de mencionar en este contexto. Rand defendió el amor romántico monógamo en sus novelas, pero en su vida practicó (no sin drama) una relación abierta con su esposo y un discípulo (Nathaniel Branden). Ella intentó justificar ese triángulo en términos de afinidad filosófica, pero al final todo terminó mal, causando dolor a su marido y a la esposa de Branden[67]. Los poliamoristas dificilmente la reclamarían como heroína, ya que gestionó bastante mal la situación (con más autoritarismo emocional que libertad). Sin embargo, su ejemplo ilustra que incluso figuras libertarias prominentes desafiaron la norma monógama buscando realizar sus ideales individuales. Rand, ferviente anti-colectivista, vería con buenos ojos la idea de que el Estado no pinte nada en las decisiones amorosas. Su énfasis en que las relaciones debían basarse en valores compartidos voluntarios concuerda con la filosofía poliamorosa (salvo porque Rand era celosa e intolerante en la práctica). Es interesante cómo el movimiento libertario en EE.UU. en los 60-70 era asociado a un estilo de vida libertino: en la entrevista que citamos, se menciona que Rothbard y Rockwell (libertarios paleo) odiaban que el libertarismo se asociara a “nudismo, uso de drogas y poliamor”, lo cual indica que muchos libertarios de a pie en esas décadas sí experimentaban con esas cosas[68][69]. O sea, existió (y existe) un libertarismo culturalmente liberal (por oposición a los paleolibertarios conservadores) que abrazaba la liberación sexual junto con la económica. Nuestro artículo se inscribe en esa corriente: la que ve coherencia entre free markets and free love.
Por último, se puede relacionar con teorías de redes libres y contratos: La anarquía relacional en el fondo propone aplicar la idea de red descentralizada a los afectos. En vez de una estructura jerárquica (matrimonio núcleo → luego amistades periféricas de menor rango), imagina una red libre de nodos (personas) interconectados con distintos tipos de lazos. Esto recuerda, por analogía, a la visión anarco-capitalista del mercado como red de intercambios voluntarios sin un centro único. Los mercados son redes complejas donde cada individuo decide con quién comerciar; las relaciones poliamorosas son redes donde cada individuo decide con quién vincularse y bajo qué términos. En teoría de grafos sociales, podríamos decir que la monogamia impone un grafo donde cada nodo está conectado a uno o pocos nodos con aristas muy exclusivas (y penaliza múltiples aristas), mientras que la anarquía relacional permite grafos altamente interconectados. Hay cierta resonancia con la idea de “orden espontáneo” de Hayek: las relaciones podrían auto-organizarse de manera espontánea sin que una autoridad dicte su estructura, y tenderían a un orden basado en necesidades subjetivas y acuerdos mutuamente beneficiosos. Hayek describió cómo el orden de mercado surge de la libre interacción en vez de del diseño central; lo mismo podríamos alegar del “orden familiar” en un mundo libre: surgirían múltiples formas (monógamas, poli, comunitarias, etc.) y probablemente convivirían aquellas que demostraran ser sostenibles y deseadas. No habría un solo tipo de familia, sino un ecosistema de formas relacionales, análogo a cómo en un mercado no hay solo un tipo de empresa sino muchas.
En conclusión, los fundamentos filosóficos del anarco-capitalismo —la primacía del individuo, la voluntariedad en las asociaciones, la propiedad privada de uno mismo y de lo que crea, y la noción de contratos libres como base del orden social— proporcionan un marco fértil para reimaginar las relaciones afectivas. Autores libertarios han pavimentado conceptualmente el camino al criticar la injerencia estatal en la familia y al exaltar el contrato y la libre elección. Por supuesto, no todos ellos han abrazado la no monogamia (muchos eran personalmente convencionales), pero sus principios conducen lógicamente a aceptarla como una opción válida, e incluso a vislumbrar ventajas en un contexto sin coacción.
Conclusión
Imaginar una economía y sociedad anarco-capitalista estructurada en torno al poliamor y la anarquía relacional nos lleva a un panorama profundamente distinto al conocido, pero que cumple con la máxima libertaria de “vive y deja vivir” en todos los ámbitos. En este ejercicio de pensamiento, hemos delineado cómo, sin Estado, las personas podrían reorganizar sus vidas amorosas y familiares en redes voluntarias, derribando las barreras legales y culturales que hoy constriñen la afectividad humana.
Teóricamente, poliamor y anarquía relacional encajan con el anarco-capitalismo al compartir valores de libertad individual, ausencia de jerarquías impuestas y primacía del consentimiento. Ambos rechazan que una autoridad central (sea el Estado, la Iglesia o la “norma social”) dicte las formas correctas de relacionarse o cooperar. Donde el anarco-capitalismo propone contratos privados en lo económico, el poliamor propone acuerdos personales adaptados a cada relación; donde uno rehúsa la autoridad política, el otro rehúsa las rígidas etiquetas relacionales tradicionales. En esencia, es aplicar la ética libertaria de la autodeterminación a la esfera íntima.
Prácticamente, hemos visto ejemplos históricos y contemporáneos que, a pequeña escala, mostraron la viabilidad de combinar libertad económica y amorosa: comunas libres, grupos libertarios poliamorosos, familias escogidas que operan sin reconocimiento oficial pero con gran cohesión interna. Estos experimentos sugieren que, liberados del control estatal, los individuos pueden crear formas de convivencia innovadoras que proveen tanto sustento material como realización emocional. Comunidades voluntarias poliamorosas han logrado desde prosperar empresarialmente (Kerista con su negocio Apple) hasta acuñar nuevos conceptos culturales (los Zell dando origen al término “poliamoroso”).
En los sectores económicos clave, una sociedad poliamorosa de libre mercado presentaría notables beneficios: la vivienda se vuelve más asequible y cooperativa con hogares ampliados; la crianza de niños se enriquece con múltiples cuidadores y recursos compartidos; los seguros y la salud se adaptan a las unidades familiares auto-definidas, dejando atrás la dependencia del Estado; las dinámicas laborales se tornan más flexibles, facilitando emprendimiento y equilibrio trabajo-vida gracias al apoyo polifamiliar; y el mercado sexual se libera, tanto en términos comerciales (sin prohibiciones a trabajo sexual consensuado) como en términos sociales (permitiendo una mayor satisfacción de las diversas preferencias, sin el yugo de la “moral” legal). Por supuesto, no se afirma que no habría desafíos —toda libertad conlleva complejidad— pero serían desafíos gestionados mediante contratos y acuerdos evolutivos, no mediante prohibiciones generalizadas.
Comparativamente, la realidad actual estatista aparece llena de distorsiones: leyes que protegen un tipo de unión a costa de otras, políticas que premian o castigan decisiones íntimas, y en general un aparato que ha tratado a los ciudadanos ora como piezas de ingeniería social (fomentando o desalentando nacimientos, matrimonios, divorcios según la conveniencia política), ora como súbditos cuyos comportamientos privados son asuntos de Estado. Este diagnóstico refuerza la idea de que la economía de los afectos está intervenida casi tanto como la economía financiera en un régimen socialista. Y al igual que en la economía convencional la intervención suele generar ineficiencias y pérdida de libertad, en la emocional genera infelicidad, hipocresía y arreglos subóptimos. La alternativa anarco-capitalista-poliamorosa propone dejar que la “mano invisible” de la afinidad y la razón personal reemplacen al puño visible del burócrata en nuestras alcobas y hogares.
Críticamente, hemos apuntado que el Estado es visto por los libertarios radicales como un agresor continuo contra la libre asociación afectiva: impone un modelo familiar monógamo, regula la sexualidad, discrimina a las uniones no convencionales y subvenciona determinadas conductas creando dependencia. En nuestra hipotética sociedad libre, el Estado —al no existir como tal— no podría ya cumplir ese papel opresor. La familia y las relaciones se desnacionalizarían, por así decirlo; volverían a ser asunto privado, con la diferencia de que la tecnología, la riqueza y los derechos individuales del siglo XXI permitirían una diversidad que quizás ni comunidades ancestrales más permisivas tuvieron.
Por supuesto, esta visión suscita interrogantes. ¿Funcionaría realmente a gran escala? ¿Cómo se manejarían los conflictos sin la estructura legal estatal? ¿Qué ocurriría con quienes prefieren la monogamia tradicional en medio de un entorno mayoritariamente poliamoroso? Estas preguntas invitan a una exploración más profunda. Pero desde la perspectiva anarco-capitalista, la respuesta general es que el mercado y la libertad sabrían autorregular estas cuestiones mejor que cualquier decreto. Habría comunidades monógamas privadas (por ejemplo, urbanizaciones o cooperativas que solo aceptan parejas casadas entre sí, al estilo de covenant communities conservadoras que algunos libertarios como Hoppe imaginan) coexistiendo con comunidades poliamorosas —y ambas compitiendo por demostrar cuál ofrece vidas más plenas. La belleza de la libertad es que acomoda opciones: el anarco-capitalismo no “impone” el poliamor, simplemente lo deja ser junto a la monogamia u otras formas, quitando el pie gubernamental de la balanza.
En última instancia, la idea de una economía bajo poliamor y anarquía relacional nos desafía a repensar conceptos arraigados sobre la familia, el amor y el intercambio. Nos hace ver que mucho de lo que consideramos “natural” en las relaciones está mediado por incentivos e imposiciones externas. Al remover esas capas, ¿qué surgiría? Tal vez surgiría una sociedad más libre en lo íntimo y, por ende, más genuinamente feliz y cooperativa. Como dijo una vez el escritor libertario Robert Heinlein (cuyas obras inspiraron a muchos poliamorosos): “el amor es una condición en la que la felicidad de otra persona es esencial para la propia”. En un mundo anarco-capitalista poliamoroso, esa afirmación podría multiplicarse —la felicidad de otros (en plural) sería esencial para la propia, en un entramado voluntario de cuidados recíprocos, y sin un Gran Hermano que dicte cómo deben ser esos cuidados.
Así, al explorar la fusión entre redes libres afectivas y mercados libres económicos, es posible vislumbrar una “radicalización de la libertad”: no solo libre comercio de bienes, sino libre comercio de cuidados, de amor, de sexo, de familia. Una sociedad donde los vínculos se eligen y negocian, igual que las actividades económicas, puede parecer utópica, pero responde coherentemente a la pregunta de qué ocurre cuando llevamos la filosofía libertaria hasta el hogar y el dormitorio. El resultado proyectado es un entorno en el que cada individuo, hombre o mujer, tiene pleno derecho de asociarse, amar, crear hogar y compromisos a su manera, respaldado por la ley privada y la ética de la no agresión. Quizá no sea un modelo para todos, pero en una sociedad libre no tendría que serlo: bastaría con que fuera posible para quienes lo deseen, sin impedir que otros vivan de forma conservadora si así lo prefieren.
En conclusión, la economía bajo poliamor y anarquía relacional desde una mirada anarco-capitalista se perfila como una economía profundamente humana, donde las relaciones importan tanto como las transacciones, y donde ambas están regidas por la misma norma de oro: la voluntariedad. Es una visión de libertades entrelazadas —económicas y afectivas— que mutuamente se refuerzan. Al abolir las coerciones estatales sobre el corazón, tal sociedad podría liberar una enorme capacidad de cooperación, innovación en formas de vida y realización personal. Puede que pasen muchos años antes de que algo así se materialice, si es que sucede; pero ejercicios como este nos recuerdan que, en palabras del anarco-individualista estadounidense Voltairine de Cleyre, “la anarquía no se trata simplemente de la libre compra y venta, sino del libre dar y recibir amor”. En un mundo ideal libertario, ambos —mercado y amor— serían expresión de la misma libertad esencial.
Referencias:
· Rothbard, Murray. For a New Liberty y The Ethics of Liberty. (Discute contratos voluntarios reemplazando funciones estatales).
· Friedman, David D. The Machinery of Freedom. (Propone sistemas legales privados y flexibles).
· Nordgren, Andie. “The Short Instructional Manifesto for Relationship Anarchy” (2006). (Expone los principios de la anarquía relacional).
· Zell, Oberon & Morning Glory. Artículos en Green Egg Magazine (años 1970-90). (Ejemplifican la combinación de ideas anarco-libertarias con poliamor).
· Sheff, Elisabeth. The Polyamorists Next Door (2014). (Sociología de familias poliamorosas).
· Pauls, J. La Anarquía Relacional: la revolución desde los vínculos (2020). (Ensayo en español sobre AR).
· Mises, Ludwig von. Socialism (cap. sobre mujer y familia). (Cómo capitalismo transformó el matrimonio).
· McElroy, Wendy (ed.). Liberty for Women: Freedom and Feminism in the 21st Century (2002). (Incluye ensayos libertarios sobre matrimonio, sexo y estado).
· Quinn Slobodian. Crack-Up Capitalism (2023). (Toca cómo comunidades libertarias experimentales lidian con cultura, menciona Burning Man, etc., aunque críticamente).
· Artículos periodísticos: “Polyamory Isn’t Just for Liberals” en TIME (2023)[70][71]; “Anarquía relacional: así se lleva a la práctica…” en El Salto (2024)[5][32]; “End Residential Occupancy Limits” en Jacobin (2024)[53], entre otros citados a lo largo del texto.
[1] [2] [3] Poliamor – Wikipedia, la enciclopedia libre
[4] [5] [30] [31] [32] – El Salto – Edición General
[6] [7] [8] [9] Qué es la anarquía relacional y por qué está reescribiendo las reglas del amor | WIRED
[10] [11] [12] [13] [14] [62] Anarcocapitalismo
[15] [16] [17] Sexuality: A Libertarianism.org Guide
[18] [19] [20] Émile Armand – Wikipedia
[21] Oneida Community Mansion House: Historic Structure Report
[22] The Oneida Community, a religious communal society that practiced …
[23] [24] [25] [26] [27] [28] [29] [67] [70] [71] Polyamory Isn’t Just for Liberals | TIME
[33] [34] [35] Love, Leverage, and Living Costs: An Exploration of Practical Polyamorous Economics | by shudh datta | Medium
[36] [52] [53] [58] [59] End Residential Occupancy Limits
[37] [38] [39] [40] [48] [49] [50] [51] All in the Family: How Polyamorous Families Can Use Businesses …
[41] Individualist Feminism: The Lost Tradition: News Article
[42] map of states where adultery is illegal : r/MapPorn – Reddit
[43] Adultery Laws: 19th Cheat Code for the 21st Century? – BJCL
[44] [45] [46] [47] [63] [64] [65] [66] Chapter 1: The Assault on the Family | Mises Institute
[54] [55] [56] [57] [60] [61] Welfare is a Jealous Polygamist | The Daily Economy
[68] [69] The Libertarians Who Dream of a World Without Democracy